DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS. EL TEATRO INTERIOR


Por: María G. Pacheco Rojas
Egresada de Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral
DETUCH
Universidad de Chile


Desde un momento en el que teatro ha tenido que vivir diversos procesos de cambio, con mutaciones considerables, y desde un lugar donde éste se sitúa actualmente, dando por sentado que ha recorrido ya todas las zonas geográficas que han nutrido su evolución, vislumbramos en la actualidad del arte dramático y su dialogo con la cultura, la pérdida considerable de seguidores, que avasallados con una sociedad moderna dotada de experiencias nuevas desde el bombardeo mediático y tecnológico, ven cada vez menos atractiva la experiencia que brinda el teatro desde las ficciones que construye y propone.

Muchos se han preguntado por qué el teatro no es tan concurrido como el cine, como la música, o, incluso como el futbol. Sobre esto existen diversas hipótesis, una de ellas, magnifica el rol del teatro y lo coloca en un sitio elite donde no todos podrían acceder a su experiencia, porque desde esta consideración, no todos son lo suficientemente listos y cultos para comprender lo que se hace en la caja negra tras la presentación de una obra de arte (tal como la renombran). Es por ello, que la culpa de que el teatro no sea tan acechado, como los sistemas de participación anteriormente nombrados, recae en (según esta cosmovisión): El analfabetismo de las personas de nuestra sociedad que al no manejar niveles mentales tan complejos, no podrían contemplar las posibilidades sacras que brinda el teatro en esa integración de profundo deleite. También, se refiere a los teatristas como unos seres incomprendidos y sacrificados que luchan por un mundo mejor, por transformar la sociedad de idiotas a la que le hacen obras sin obtener respuestas positivas en cuanto a su aceptación. Salvo algunos individuos iluminados por la gloria y gracia del Dios Dionisos que ingresan a las salas para comulgar con las propuestas escénicas de un director. 

Todo esto, es lo que muchos allegados platean sobre la poca acogida que ha tenido el teatro en los últimos tiempos, pues el teatro está en crisis, dicen los que saben, hace como dos décadas ya. Entonces, no es que las obras sean malas o poco interesantes, es que los espectadores no saben de teatro, no es que el teatro no se ciña a los nuevos mecanismos de comunicación, es que el público cada vez es más banal, y, no es que el problema sea nuestro, de los que hacemos teatro, sino de la sociedad de mierda en la que vivimos. Es el discurso milenario, quejumbroso y mamerto que se maneja sobre las posibles razones del abandono social al arte del vino y el ritual.

Sin embargo, hay personas que pensamos diferente respecto a las posibles razones por las que el teatro ha perdido vigencia, y éstas tienen que ver con: el desconocimiento del otro, de los gustos del otro, de lo que le interesa al otro. Sí, actores, dramaturgos, diseñadores, luminotécnicos y directores, en el teatro hay un otro. Y ese otro, es propiamente el público, o, el también llamado espectador, que en forma masiva ha dejado de ir al teatro, entre otras cosas, por no encontrar algo de sí mismo en él. El teatro ha mutado año tras año, década tras década, siglo tras siglo, milenio tras milenio y ha sobrevivido. Sin escenografía, como un Teatro minimalista, sin guiones, como los happenings y la performance, sin actores, como algunos dispositivos performativos. Pero en el momento en que el público desaparezca el teatro también lo hará.  

Es por ello, que como amante del teatro he tenido ciertas divagaciones sobre cómo evitar la posible desventura de nuestro viejo amigo, y la respuesta que siempre ha venido a mi mente en los recorridos por el pensamiento, ha sido: Ir a la casa del espectador, verlo dormir, comer, cagar, bañarse y enfrentar su vida diaria. Psicopatiarlo, saber qué le gusta, por qué llora, qué lo hace reír, a qué le tiene miedo, qué lo pone cachondo, por qué se exaltaría. Así, que he decidido estudiar al espectador.  

Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en el espectador, es en su relación actual con la vida, y la “vida” misma considerada por él; en este nuevo mundo de virtualidad, de incomunicación física, de experiencias digitaleletrocmágneticas que poseen a diario con sus nuevos amigos, como lo son la internet, los dispositivos móviles y de audio. Las relaciones que establecen con lo privado que ha pasado a ser público, el afán por vivir la experiencia, por no creer, por buscar una realidad en cada ficción que se les propone como los video juegos, las idas a cine, las idas a museos de vinculación tipo Bianal. Hago un pare. Me imagino qué estarán pensando ustedes mientras leen éste manifiesto: “Ella habla de los adolescentes imbéciles de esta nueva era. ¡Que no nos confunda! Nosotros no hacemos parte de esa realidad” y si bien concuerdo en parte con ustedes, pues como diría Fernando Gonzales (Poeta y filósofo colombiano) “La adolescencia es la época más detestable del ser humano” Yo, les hablo del público. Sí, del nuevo público, el que viene a la cola, con el que debemos trabajar próximamente, los que tienen la potestad para decidir si el teatro sale nuevamente victorioso de esa batalla contra el tiempo o muere definitivamente. ¿O qué? ¿Acaso no lo habían considerado? ¿Pretendían hospedar en sus salas solamente ancianos nostálgicos añorando glorias perdidas?

Vuelvo al tema. En esta época de nuevas necesidades sociales, físicas y psíquicas hay que girar el cuello, mirar hacia atrás, ver la historia y la evolución del teatro con el rabo del ojo, entenderlo y mirar hacia adelante examinando cómo poder vincularlo -sin banalizarlo- actualmente con este nuevo mundo. Que bien o mal es nuevo para nuestro decrepito amigo.

En este punto me voy a dedicar a hablar de algunas experiencias sociales que he tenido y que permiten comprende un poco mejor el presente que nos gobierna. El año pasado en mis vacaciones de verano en Chile fui a Colombia y observé que habían colocado en un centro comercial una cabina llamada: “Cine 5D” me llamó la atención que decía: “Vive la experiencia” y en la imagen promocional se veía gente muy aterrorizada pero feliz. Pensé en… ¿Qué me podría ofrecer esta experiencia para gastar mis 7000 $? (me dije con mi actitud desdeñosa de teatrera) Así que decidí observar cómo le iba a la gente que ingresaba. Cuando ingresaban las personas, se escuchaban gritos adentro muy bien proyectados, y luego salían sonriendo cómplicemente entre sí, tocándose el corazón, como examinando que aún siguiera funcionando. No pude contenerme ante tal imagen, así que decidí entrar. Para los que nunca han ingresado a una de estas cabinas, puedo decirles que es lo más simple que hay en cuánto a apariencia se refiere, ya que son unos sillones con cinturones de seguridad y unos brazos con agujeros de agarre que indican que uno se debe sostener. Al frente de los sillones una pantalla grande, y antes de iniciar debe uno colocarse los lentes 3D y asegurarse el cinturón. Luego inicia la experiencia. La persona encargada pregunta qué tipo de escenario quiere uno. Yo elegí la montaña rusa, una experiencia muy extrema según ella. Cuando inició, yo estaba un poco escéptica frente a lo que podría sentir, pero a medida que fue avanzado, misteriosamente me fui animado a entregarme al juego de sentir. Se veía lo rieles de la montaña, se sentía el aire en la cara mientras el carro se desbocaba contra el precipicio, se sentía las vibraciones fuertes de los movimientos del sillón y los sonidos de las ramas en los pies. A mi juicio fue una experiencia alucinante, puesto que llegué a sentir vértigo, siendo muy consciente del lugar dónde me encontraba, es decir, la cabina 5D de un centro comercial en Bogotá Colombia; y aun así me entregué completamente a la experiencia como un niño se entrega a los juegos provocados por su imaginación.

Se preguntarán ustedes ¿Por qué diablos cuenta una experiencia tan elemental? Y es aquí donde les contesto: En ese momento, saliendo de la cabina, sonriendo cómplicemente como las personas anteriores a mí lo hicieron, supe en qué consiste ese interés por vivir una ficción. Saber que es una mentira pero vivir de verdad. Y ahí fue donde pensé en el teatro, en cómo mucha gente dice: “No voy a ver teatro porque no me creo nada” en cómo no les da la gana dialogar con las ficciones que el teatro les propone. ¡Entendí! entendí que uno se entrega a una ficción siempre y cuando esta le genere algo físico, una emoción, una excitación sensorial, un deseo de hacer parte de eso que es tan llamativo.

Pensé: ¿Por qué no hacer un Teatro 5D? Un Teatro donde las personas, adquieran un rol, vivan la experiencia, recorran la dramaturgia y se conviertan en parte de ella. Dilucidé: Un Teatro donde el espectador sea un actor, o, por qué no, un espect-actor, que la escena se convierta en un espacio de recorrido, donde a medida que se avance físicamente, la historia se desarrolle como la montaña rusa del cine 5D. Un juego de ficciones donde el espectador indague en la mente de los personajes y decida encarnarlos a partir de la co-creación. Así que, decidí indagar en una investigación artística basada en la construcción de dispositivos escénicos en forma de recorridos, donde los espectadores, apoyados en el monologo interior de los personajes, dialoguen a través de su percepción con la interioridad de los mismos; logrando que se genere un adentramiento al mundo interno del personaje y convirtiéndose sin proponérselo en espect-actores de la puesta en escena.  El público entonces debería tomar partida de las acciones de la escena, como en un juego de póker, donde son dos los que juegan, el que pone la primera carta para que inicie la jugada y el que la continúa, o en términos más teatrales el director que construye la obra y el espect-actor que la re-construye.  

De esta manera, se construiría una fábula donde se entrecrucen los monólogos interiores escuchados por los espectadores y la vivencia física proporcionada por demás actores y situaciones construidas a partir de la dramaturgia escénica. Lo más importante en esta experimentación, se encontraría en las dos historias que se deben contar, la que sucede en la mente del personaje y la que le ocurre al espectador mientras avanza por el recorrido dramático. En este punto, especifico que el público debe apreciar a través de todos los recursos técnicos, actorales, simbólicos y dramatúrgicos, los dos mundos a lo que se enfrenta el personaje, es decir, su mundo interno y la exteriorización física del mismo, que en perfecta sintonía serán el núcleo de la situación dramática propuesta por el director.

Hecha esta salvedad, plantearé de igual forma que se ha de trabajar con el teatro de los sentidos, para lograr potencializar las percepciones en los espectadores, dejando por sentando que esta estimulación de las sensaciones, persigue como fin deponer que estos interactúen con las historias del dispositivo teatral. Por supuesto, lo importante acá no es el uso de esta peculiar forma de teatro, o sea, el teatro de los sentidos, pues no se pretende patentar dicha poética, ya que hay muchos grupos trabajando en ello, sino que se usará como técnica para potencializar el trabajo con el teatro interior y la vinculación del público como elemento activo dentro de este.

Para mí, entender el teatro entonces,  es aproximarnos a entender la mente humana, pues si bien no se está viviendo propiamente la realidad, se está, en palabras de Artaud, dando una restitución de “todos los conflictos que duermen en nosotros, con todos sus poderes,(...)”[1] los cuales, actúan “(…) como símbolos, lanzados unos contra otros en una lucha imposible; pues solo puede haber teatro a partir del momento en que inicia realmente lo imposible, y cuando la poesía de la escena alimenta y recalienta los símbolos realizados”[2] Tal como lo indica la anterior cita, pretendemos construir situaciones que naveguen por la interioridad de un personaje, y por la realidad del espectador desde la vivencia, haciendo una comunión entre el mundo del personaje que representa una ficción y la realidad del espect-actor.

En síntesis, me interesaría a partir de este momento, reconocer un tipo de teatro ritual, más próximo al concepto de hombre, para intentar acercar al espectador a un viaje sensitivo con la interioridad de sus ficciones que le conceda identificarse, y hallarse en sí mismo, donde se avive el sentido de lo humano y pueda conmoverse (en todo el sentido de la palabra) con lo que allí sucede. Desde luego no pretendo hacer un teatro como reflejo intacto de la realidad, sino como un encuentro del hombre con el mundo interior de otro ser, uno ficticio que podrá ser encarnado y comprendido bajo la batuta de un convivio teatral.







[1]Antonin Artaud:  Le Theatre et son double, Traducciòn: Enrique Alonso y Francisco Abelenda, edhasa, 2011, Barcelona España., p. 33-34
[2] Ibídem

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