ESPASMO UNIVERITARIO: UT
Por: María G Pacheco Rojas
¿Cómo decirle a un estudiante que deje la cabeza desborde la inocencia y saque a pasear la idolatría? ¿Cómo pedirle al teatro que deje de mostrar sus desdichas y sus incertidumbres? ¿Cómo decirles a los locos que no presientan el llamado del arte y se abandonen a la cordura? Y, ¿Cómo? ¿Cómo pedirle a Javier vejarano que nos deje ilesos a su teatro político y a sus jalones sistemáticos de orejas?
En la idea fantasiosa de un arte sugerido sobre las ruinas de una sociedad apócrifa, todo arte es válido, privilegiado y mesiánico. Un festival de teatro se convierte en la única salida de la frustración dionisiaca de toda una ciudad, la cual en un interés descontrolado por llenar el vacío de la escena, se dedica plenamente a hacer performances y ejercicios teatrales.
El festival de teatro de la universidad del Tolima, inicia bajo la sugerencia de unos estudiantes abandonados al ocio y a las brinconerías. Lo que ellos no se imaginaron fue que tras unos días de improductividad, el festival se convertiría en motivo de trabajo y abadías al arte dramático.
Tras los juegos escénicos y la diversión o aburrimiento de los espectadores, se esconden momentos que tallan secuelas en los que organizan, así, tras errores, preocupaciones, peleas y quien sabe que más cosas, los que corren, sudan y se ensucian, quedan satisfechos en el lleno de las salas, pues con la presencia de más que sillas, los actores pueden propiciar eso que muchos suelen llamar “el brillo de la caja negra”.
El festival que desnuda trabajos propuestos por grupos locales de Ibagué y el Tolima, a pesar de vestirse de harapos, sostiene bajo sus prendas imprescindibles piezas de oro, con esto no se pretende decir que todo lo que allí se muestra tiene un calidad teatral aceptada por los teatristas, críticos y criticones del Tolima, pero si es bueno reconocer que es la oportunidad que tienen más de un artista para mostrar sus trabajos y propuestas escénicas.
Con la apertura del festival, no solo llega la oportunidad para burlarse, criticar o presenciar las magnitudes de la sociedad y la universidad, sino que de igual forma, propendemos de soluciones inmediatas a las patologías de los artistas que se embarcan en este cuento tan perturbador. La fascinación por la escena, los aplausos y silbidos del público universitario, no son sino la escusa que busca Ibagué en su teatro, pues a pesar de no tener salas concertadas y muchas políticas que apoyen eventos como este, tiene espectadores, quienes sostienen los ensayos guerreados, los sufrimientos actorales, y las perturbaciones tempranas de cada agente del arte dramático.
Para la universidad, para los estudiantes, para la cognición y la mirada aguda, UTeatro está vivo y sigue cambiando la vida de muchos que pisan sus puertas y se sostienen hasta al final como parásitos del arte. La integración de este festival, con ya diez versiones, no solo es la oportunidad para mostrarnos, adularnos o despellejarnos, sino para olfatear lo que tenemos y que aún podemos visionar desde un silla, que aunque gastada nos llena de eso que el mundo ha perdido (El ser humanizados) pero que aún se conserva en cuatro paredes pintadas de negro, rodeada de luces artificiales y situada más cerca de lo que un animal podría desear (Clínica de animales UT). Así, en la puerta amarilla de este aniversario uteatrense solo resta decir que la vida sin teatro es un drama, y que deben celebrar aquellos que aún viven inmersos en la comedia y la conjugación befa de la escena.
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