EL TRAUMA DE LA PRIMERA CITA
Por:
María G Pacheco Rojas
Nota preliminar: No
daré nombres, siéntanse aludidos.
Cuando el cortejo se
convierte en algo necesario para formar relaciones entre un hombre y una mujer,
tanto uno como el otro están al tanto de impresionarse en un primer encuentro, buscan
mostrar cosas que el otro espera pero
que probablemente el uno no tiene. El
problema de estas primeras citas consiste en que nunca se logra prever la capacidad que puede existir
en generar incomodidad. Una frase mal
dicha, una mala analogía, una risa estruendosa o simplemente un chiste poco
agraciado en un momento de rotunda seriedad.
Mi experiencia personal me ha
llevado a detestar con completa convicción las citas. Salir con alguien implica
comprobar que un discurso simple puede transformarse en la presentación de una
sarta de mentiras, pues cada cosa se pone en tela de juicio y es ineludible que tarde
o temprano eso que nos fue vendido como verdad, se desvanezca posteriormente, o
en algunos casos al instante, en nuestra propia cara.
A partir de este momento expondré
las razones por las que odio salir con personas nuevas.
Detesto a los hombres que a través
de piropos vanos y llenos de trivialidad deseen “engancharlo” a uno, con frases
cliché y anacrónicas, pues creen que las
mujeres no evolucionamos, y que todas somos como un maniquí que solo varía en
el color de pelo, de piel y de ojos. Este prototipo de hombre no logra entender
como una persona disfruta de la lectura, del hecho de escribir, del simple hecho
de sentarse a pensar sin hacer nada. Suprimen por completo el deleite por cosas
que impliquen ir más allá y pensar a lo menos una minucia. Estancados en las
salidas a cine (obviamente comercial) a comer helado, a un bar en un plan de
polas y baile desenfrenado, no logran evadir algo que pueda ser antecedido por
la vista más gorda e inadvertida; sus vidas son absolutamente predecibles.
Sin embargo, también es muy
molesto encontrarse con alguien que dice disfrutar del arte y el conocimiento
pero que empieza a saturarnos de citas de libros, de autores, -que a lo mejor, no se saben sino
el nombre- de cosas que dicen que leyeron, de películas de cine arte, de poemas
y de otras manifestaciones que demuestran, o, al menos tratan de demostrar que
son seres que tiene algo para decirle al mundo y por tanto visionan a las
mujeres como una suerte de bibliotecas con un material bibliográfico de
inagotable fuente. Los mismos que piensan que uno no puede disfrutar de cosas
sin proyección intelectual, los que creen que la vida es como una novela
literaria y que el amor es una reflexión filosófica en devenir constante, los
que miden con una raya en la pared de forma ascendente los libros que uno lee,
y los que piensan que un proceso de crecimiento mental termina cuando se lee un
par de cuentos de Borges, sí, hablo de los que no tiene nada más para decir pues
ya todo lo ha dicho la literatura.
Ahora qué me dicen de los
chicos malos, los mismos que hablan abiertamente de sexo y que creen que a
través de la claridad y el lenguaje sin arandelas lograrán deslumbrar a una
mujer. Nada es más gracioso que ver a un hombre autoproclamándose el Rey del
sexo y creyéndose NINFOMANO en potencia. Esta raza de hombres de hierro suelen
encontrarse con frecuencia haciéndose los incorregibles, para que sea una buena mujer la que se dé a la
tarea de hacerlos cambiar, de ubicarlos en un camino que los lleve a alguna
parte, estos que dicen no tener corazón,
pero que son lo más necesitados de afecto, pues al menos necesitan una frase
que les ayude a superar el trauma de no sentir sangre por las venas.
También es impactante tropezarse
con el chico dulce y bueno que se cree puro ante los demás seres humanos, y qué
dice abiertamente “Soy diferente a todos” ese que no teme pedir licencia a los
padres e ir con un traje presentable los domingos en la tarde, el que es tan
bueno que se sienta la capacidad de juzgar cada cosa que uno dice o hace en
aras de su libertad, el que quiere formar un hogar y que pide una explicación
de cada salida o a cada perdida. Al que le falta poco para poner un GPS en el órgano
sexual que indique la ubicación exacta de su persona amada.
Por último el que tampoco soporto,
aunque con un poco menos de repudio, es el payaso de circo, aquel que cree que
la sonrisa logra borrar toda la falta de carácter e interés por cosas de la
realidad, pues su mundo es una gran carpa, llena de malabares discursivos, de
contorsionistas dialógicos y a parte de ello se creen domadores de preguntas y
respuestas. Cómo me gustaría borrarles la sonrisa de bufones, presentándoles al
humor negro de la existencia.
Para los que se han tomado
el trabajo de leer este texto dónde presento mis inconformidades sobre algunos
prototipos de hombre, con los que he tenido la posibilidad, o mejor, la
desdicha de toparme, y los cuales me han llevado a masificar la condición de este
género y han creado en mi un pequeño trauma frente a mi ganas de conocer
personas nuevas, quiero hacerles varías aclaraciones:
La primera de ellas es que soy, como pudieron apreciarlo en mi anterior
confesión, una COMPLETA INCONFORME, y no
quiero volver a enfrentarme a seres tan irritantes cómo: poeticas de buseta, fis
culturistas monosilábicos, intelectualoides aburridos, cajas de dientes
ambulantes, románticos empedernidos, airón men. La segunda aclaración es que
todo este tipo de conductas las soporto cuándo se apoyan en una amistad, porque
más allá de eso tengo serios problemas de tolerancia, y finalmente, la tercera es que he tenido buenas relaciones
(por si creen que soy una frustrada y fracasada emocional) sólo que no me ha
ido bien con las citas y menos con las primeras citas. Odio tener que conocer
las personas en su esencia para generarles o generarme desencanto, así que lo
evitaré mientras pueda. Para auto consolarme solo me queda decirme a mí misma “toma una
hoja de papel, dibuja el hombre que desees, guárdalo en la billetera y amalo en
silencio” Igual, tanta perfección me abrumaría.
Posdata: No estoy soltera. Pobre
muchacho!
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